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Channel: Enrique del Risco – Belascoaín y Neptuno
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Siempre nos quedarán los amigos

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Reitero que ya está disponible en Amazon un texto entrañable de autor ídem: Siempre nos quedará Madrid, libro de memorias en el que Enrique del Risco relata sus venturas, aventuras y desventuras de emigrante en la España de mediados de los años noventa, desde los preparativos de la salida en su Cuba natal, hasta el momento en que deja la capital española para embarcarse camino a los Estados Unidos. Siempre nos quedará Madrid ha sido publicado por Sudaquia Editores, radicada en la ciudad de Nueva York. Aquí, aquí, aquí, aquí y aquí pueden leer algunos adelantos del libro, cuya portada incluye un fragmento de una obra al óleo del artista Geandy Pavón.

Repito también lo que escribí para la contraportada del libro: Fugarse de la isla es un reflejo innato de la mayoría de los cubanos. Subsistir fuera del terruño natal es una habilidad que los fugitivos adquirirán sobre la marcha. El arte de narrar esas peripecias con la dosis exacta de humor y melancolía es un don raro. Siempre nos quedará Madrid lo usa para lograr un imposible: que el lector ría con la nostalgia ajena.

Y les dejo otro fragmento.

Amistades
Si eres inmigrante indocumentado en el Madrid de 1995 te recomiendo no ser muy selectivo a la hora de elegir amistades. Ten en cuenta que nadie se va a pelear por ser amigo tuyo. No todo el mundo está interesado en ver el gesto sufriente con que sacas un billete de dos mil pesetas para pagar la cuenta común en el bar. O a sobreentender que un inmigrante no está psíquica ni financieramente preparado para gastarse el equivalente a medio día de trabajo (o el de un mes completo en su país de origen) en unas cuantas cañas y tapas sólo para aceitar una conversación entre iguales. Porque de eso se trata. De buscar la amistad entre iguales, gente que entienda ―y comparta― ese rictus amargo cuando llegue la factura o vea en esas cervezas y esas tapas el mismo desmesurado banquete. A los Otros ―los nativos― tu desesperación o tu asombro les puede hacer gracia la primera vez, pero no es algo que produzca entretenimiento perpetuo, como no lo produce el recuento de penurias en tu país de origen y la comparación de estas con el derroche de placeres que descubres en las rutinas de ellos.

Por lo demás, la amistad entre inmigrantes funciona del mismo modo que entre cualquier otra variante de la especie humana: un intercambio de chequeras en blanco con la esperanza de que el otro sabrá valorar apropiadamente el gesto. Es el acuerdo tácito de que ninguno escribirá en los cheques cifras desorbitadas y que cada cual proveerá sus respectivas cuentas de fondos suficientes para que los cheques no reboten. Porque en realidad se trata de eso. De la amistad como intercambio infinito de confianzas en el que se hablará de todo menos de las deudas que aumentan en ambas direcciones, a menos que los cheques empiecen a rebotar, señal inequívoca que la cuenta del otro se halla sin fondos. Entonces, al conjuro del mantra “Y yo que creía…”, se descubrirá que todo lo entregado con aparente descuido no ha escapado a una contabilidad tan cuidadosa como inconsciente. Se recuerda ahora cada muestra de confianza, cada favor, con la rabia destinada a las traiciones y se coteja con las inversiones del otro. Mantener una amistad ―ya se trate de emigrantes acabados de conocer o antiguos condiscípulos de la escuela primaria― consiste en evitar por todos los medios acercarse a ese punto. Llamar al amigo como si realmente te interesara saber cómo les va y no preparando el terreno para ―en caso de emergencia— pedirles que te dejen quedarse en su apartamento dentro de dos meses. Como si no existiera la propia idea de transacción.


Archivado en: Cuba, Exilio, Libros Tagged: Enrique del Risco, literatura cubana

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