Como todo discurso cubano que se respete, este también comenzará con una frase inolvidable: Seré breve. Los miembros de la audiencia a quienes la combinación de esas dos inocentes palabras no les haya causado un inmenso pavor, felicítense de no haber vivido en Cuba. O de algo igualmente saludable: de haber olvidado cómo se vive en Cuba. Ambos sectores no tienen por qué preocuparse. Las próximas cinco horas de mi discurso tienen el objetivo de recordarles el catálogo de razones que nos congrega aquí y no en el Palacio del Segundo Cabo en La Habana.
Cubanos (y no cubanos) que me escuchan: incluso antes de comenzar, quiero advertir que quienes necesiten ir al baño deberían sacrificarse por el bien común y aguantar las ganas. Que ante la bifurcación de senderos que llevan, por un lado a las necesidades fisiológicas y, por el otro, al cumplimiento del deber, un buen patriota nunca escoge el excusado. Y Enrisco es sinónimo de patria.
(A estas alturas, los suspicaces acaban de notar la inserción y repetición de la palabra clave de la noche: discurso. Y hay una explicación para ello).
Pero hagamos un paréntesis. En un cuento particularmente cómico de Leve historia de Cuba, libro escrito a cuatro manos por Enrique del Risco y Francisco García, los autores especulan sobre un capítulo que a la larga nos traería a este auditorio de la Universidad de Nueva York: el asalto al cuartel Moncada. En esta versión alternativa, los futuros asaltantes de la segunda fortaleza del país fueron citados no para ir a la guerra sino para ir a los carnavales. Con una artimaña no menos compleja, los hemos reunido a ustedes aquí con la excusa del lanzamiento de un libro, que es en realidad la inauguración de la campaña presidencial del único candidato capaz de salvarnos de la debacle nacional. Porque, compañeras y compañeros, están dadas las condiciones objetivas y subjetivas no para una presentación, sino para un discurso.
(APLAUSOS).
Veo en la audiencia a futuros directores de centros de altos estudios, miembros del buró político y ministros del azúcar, la sal, y el resto de los extremos del imaginario popular cubano. Y a todos les anuncio que el germen de este libro ya apareció hace más de un lustro, con la publicación de El comandante ya tiene quien le escriba.
De hecho, yo daba este libro por publicado antes de su existencia. Hace unos meses, cuando el autor me dio la noticia, respondí con cierta incredulidad pues, para mí, ya lo habíamos presentado. Pero no, todos se debía a una conversación nuestra sobre el artículo que explaya la plataforma política de Enrisco y que da título al volumen que hoy nos congrega.
Los escritores —bueno, en realidad, los humanos— soñamos con la inmortalidad, o, cuando menos, con esa hermana menor suya que es la vigencia. Poca cosa alegra y motiva tanto como haber escrito un libro que pueda ser leído a través de los años y que aún con el correr del implacable se mantenga relevante. Pero lo que es un ideal para el escritor de novelas puede ser la pesadilla del ensayista. En ese sentido, qué desalentador puede resultar haber escrito un resumen humorístico del año 2003 y una década y un año más tarde poder reescribirlo solo cambiando detalles mínimos.
(Sospecho que, como buen patriota que es, Del Risco gustosamente sacrificaría su humor y su vigencia a cambio de una realidad cubana menos irrisoria o terrible, según se mire).
Hay una película titulada El día de la marmota en la que un hombre despierta cada mañana y descubre que el día no ha pasado, que lo que ocurrió ayer se repetirá hoy del mismo modo. El carácter, más que cíclico, repetitivo, de la realidad cubana recrea lo mejor (y lo peor) de ese filme. “Hoy es siempre todavía”, diría el poeta. “Siempre es 26”, repiten los prosaicos. Y la respuesta de Del Risco no se hace esperar: “hasta la victoria siempre… que tengan la mala idea de votar por mí”.
Vuelvo al tema del germen: este es un libro que felizmente yo conocía antes de su publicación y es posible que muchos de ustedes también, habida cuenta de que se trata de una compilación de los mejores artículos que Enrique del Risco ha publicado a lo largo de la última década.
“Si ya los artículos fueron publicados, ¿qué gano yo con la adquisición de un ejemplar?”, piensan los votantes impacientes por arrebatar hasta el último libro de las manos del editor. (Ya que estamos, el precio de Enrisco para presidente, especial para hoy, es 20 dólares. Pero pueden comprar dos por $40. O tres por $60).
El valor añadido de las lecturas y relecturas de estos textos, ahora compilados, radica en su unidad. Ante la pesadez del exilio, el autor nos brinda el consuelo de la risa. Y mediante la risa desmonta la actualidad cubana con profundidad de experto. Y eso se dice fácil. No parece gran hazaña ser cómico (y hasta profundo) en un texto de 300 palabras. La cuestión se dificulta un poco más cuando hablamos de más de 300 páginas.
Esto de la coherencia y la profundidad y la unión es importante por aquello de que en la unión está la fuerza. O, como diríamos la frase por estos lares: en la Unión City (y en West New York y en Guttenberg) está la fuerza.
Este libro intenta poner fin a una dicotomía histórica. Si Enrique del Risco es doctor en literatura, profesor de la Universidad de New York, ensayista consumado y autor de una obra sólida por seria y viceversa, Enrisco es un humorista serio (con perdón), lo más parecido al Pepito de los cuentos. (Yo los distingo así: en el caso de Del Risco, un doctorado; en la casa de Enrisco, unos frijoles). En esta ocasión, por fin, tenemos a uno avalando al otro entre las carátulas de un libro. Y aquí me tienen a mí, avalando a los dos.
Y ya que hablamos de avalar, ¿recuerdan la última vez que un cubano se subió al podio? Esa combinación es extremadamente peligrosa. Aun así, me atrevo a pedir, o mejor, entregar el podio al futuro presidente de la república ilusoria de Cuba, mi querido Enrique del Risco.
***
[Texto leído el miércoles, 12 de noviembre, durante la presentación de (la campaña presidencial de) Enrique del Risco, en la Universidad de Nueva York].
Archivado en: Cuba, Exilio, Libros Tagged: El comandante ya tiene quien le escriba, Enrique del Risco, Enrisco, Enrisco para presidente, Francisco García, Leve historia de Cuba